lunes, 7 de noviembre de 2011

Regresión clínica


Despertó con el mismo recuerdo, el que guardaba en la parte de la memoria que no solía utilizar. De vez en cuando se le escapaba y con él una risita forzada para no llorar. La luz de la ventana golpeó su rostro. Era una mente brillante, una personalidad arrasadora y un amante formidable. Se paró, yo lo veía hacer sus ejercicios matutinos. Pasé de un sueño a otro entre rodillas flexionadas y su abdomen contraído.

Se vistió con lo único que tenía y que parecía estar limpio. Me dejó sola en la habitación. El olor a hierbas y jabón impregnaba las sábanas amarillas y desgastadas. Sentí su tacto en mi memoria, en mis curvaturas, en mi ser material y mi luz artificial que aún sin electricidad se encendía con sólo verlo entrar a nuestro espacio.

De pronto quise ser humana, maldije la maldición de la gitana que me había salvado de esa condición cuando lo quise así. Yo no era más que un adorno, un objeto inútil con una molesta capacidad sensorial, casi mujer. Mi consciencia se dirigía a mi deseo más que cuando solía ser de piel y huesos. Traté de hablar con alguna otra cosa que estuviera cerca. El reloj corrió en su tiempo mientras reía al ignorarme. El espejo me veía como él se miraba a sí mismo, no me quiso responder; ni el poster autografiado de su músico favorito quiso dirigirse a una lámpara antigua relativamente viva y mal exorcizada, a nadie pude arrebatarle explicaciones.

El problema de no ser sujeto ni objeto, de no pertenecer al mundo de los yo afectados por los demostrativos, por los verbos con adverbios sofocantes, por los tiempos y los géneros impredecibles, me convirtió en nada. Sentí una corriente venir desde la ventana, el viento soplaba desde afuera haciendo círculos de las flores. Una ráfaga de aire seco profanó mi lugar sagrado, corrió las cortinas, botó el espejo de pie hacia el ropero y los libros cayeron en éxtasis por la gravedad. El último de ellos pasó rozando mi base y me fui abajo en un silencio interrumpido.

Nos vi desde lejos, él recogía las partes de algo que ya no era yo. Las depositó en una bolsa de plástico, casi pude sentir el olor a combustible fósil, habría vomitado de tener los medios para hacerlo. Creo haberlo visto llorar, su risa de la mañana la guardó con las piezas en su bolsa y una vez más me dejó sola. Me fui por la ventana que él mismo dejó abierta y entonces lo vi. El sol en lo alto detenía a los suicidas en sus proyectos de vida, en sus planes de muerte.

Ahora no puedo ver más que un solo color, no puedo decir si es claro u oscuro, es el único que recuerdo. Todo lo que pasó antes de salir de su habitación me lo he inventado. O tal vez sea cierto, aunque la verdad, a veces siento que no me creo.

Yo era su lámpara gitana, su favorita, él se tragaba mi luz siempre que había humedad. Usted no me cree, pero yo existí, claro, ahora sólo soy letras sin sentido. Ahí estamos, donde usted escribe mi nombre mal deletreado, como foto impresa en el mejor contraste, confundido en su cuaderno, ¿usted sabe cómo escribirme, doctor Alfaro?


Fotografía: Francisco Campos
Edición: Luis Barrientos

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