viernes, 2 de julio de 2010

A Gabriel



Levanté la mirada. El viento soplaba y su cabello seguía impecable. Caminó hacia mí. Junto al reflejo de sus lentes de sol, brillaban sus labios, y lo vi como si jamás lo hubiera visto antes. Me besó en la mejía mientras buscaba algo -o talvez nada- en la bolsa de sus pantalones; tan azules, tan ajustados, tan perfectos. Necesité más de un par de segundos para salir de mi aletargamiento antes de que me preguntara si me sentía bien.

Es increíble lo que una chaqueta de cuero combinada con la lona de unos jeans y el rudo olor del tabaco pueden provocar. Mi chico, esta vez moreno, esta vez ajeno, tan difícil como encantador, me parecía algo imposible. Volví en mí, arreglé mi cabello, sonreí. Así comenzó la conversación, un poco tonta, claro, pero sin duda era demasiado bueno para ser verdad.

Después de unos minutos de risas insinuantes terminamos es un bar riéndonos de todo, de todos, de nada. El reloj avanzaba, casi terminaba mi cuarta copa. “Es tarde, dentro de poco vendrán por mí“, me dijo con una sonrisa tan cálida como el color de su camisa a cuadros -que me gustaba casi tanto como él- Sacó su celular e hizo una llamada.

Miré hacia la puerta. Al lugar entró un tipo alto, castaño, caminando con la postura casi perfecta de una bailarina de ballet. Dirigió su mirada en nuestra dirección y saludó con la mano. Mi compañero de mesa se levantó y sonrió algo sonrojado. “Debo irme, nos vemos luego. Yo te llamo”, me dijo, un poco nervioso, un poco acelerado. Pude ver como su saludo denotaba más que un abrazo, y como el castaño de ojos café acariciaba su mano con delicadeza. Se voltearon un poco avergonzados por la demostración tan afectuosa y me miraron. Los sorprendidos parecían ellos. Yo les ofrecí mi más amplia sonrisa, me despedí con la mano y vi a mi chico alejarse, aferrado del suéter verde musgo, adherido al brazo de su acompañante.

Me quedé sola y perpleja frente a la silla desocupada. Pedí otro de “esos” de los que me había tomado ya cuatro. Bebí mi trago, lo sentí frío. De pronto, un rayo de sol traspasó la ventana, me despertó,abrí mis ojos y pensé: “ Volando va la gran jirafa azul”. Y seguí.

miércoles, 30 de junio de 2010

Diligencia

Las gafas combinaban con la corbata, el pañuelo con la camisa recién planchada, y el traje relampagueaba de perfección. Caminé tres largos pasos hasta donde estaba mi portafolio negro, no reparé en su contenido. Me arreglé el cabello de manera más sobria posible, me miré al espejo reconociendo los ojos grises de mi madre, y salí por la puerta trasera del hotel de cuatro estrellas.

Un coche negro polarizado calibre cinco esperaba a la salida del callejón. Mi hombre de confianza salió a mi encuantro y estrechó mi mano con una fuerza casi sobrenatural. Entré al coche y me sentí como en casa. Estaba tan acostumbrado a ese ambiente. Las emociones, la velocidad , todo.

Mi compañero me observaba sin decir nada. Yo estaba seguro de lo que había pensado todo el camino. Tenía la certeza. La calve de entrega paseaba por su cabeza y a pesar de ser fácil de recordar, había códigos que lo mareaban.

Llegamos a la estancia y bajamos del vehiculo. Entregué el portafolio a mi acompañante mientras daba direcciones al chofer para que volviera dentro de cinco minutos. Bajamos las escaleras y llegamos a la bodega. Los cinco hombres de Martínez se habian formado en un orden impecable frente a nosotros, y del fondo del enorme lugar en el que nos hallabamos, salió de las sombras la figura diminutamente ridícula de Martínez. Se subió en un banco de metal y me miró con repulsión.

Levantó su mano a la altura de mi portafolio y lo miró con deseo. Yo lo aparté de su alcance mientras veía como su rostro se ponía tenso y arrugado. Lentamete saqué de mi bolsa la placa policial frente a su rostro perplejo, y en ese instante cincuenta efectivos de la DEA entraron al lugar repleto de paquetes con polvo blanco.

Martinez lleno, entonces, de su muy habitual instinto asesino, balbuseó algo como "Hijo de puta" mientras se reía a carcajadas al recordar que teniamos a la misma "puta" como madre.

El coco de Sócrates

Desperté empapada y con el cabello enmarañado. Me encontré desconcertada y con un dolor tan agudo como inexplicable. Era una habitación esferica, sin ventanas y muy blanca. Me levanté y pude ver que debajo del monticulo blando en el que me hallaba había una laguna. El agua me llegaba hasta la cintura, estaba tibia. Oí de pronto un silbido muy agudo proveniente de algún lugar.No recordaba con exactitud cómo había llegado ahi, solo podía ver a mi madre diciendo: "recuerda regresar temprano, bla, bla, bla" y después, nada. Oscuridad.

Regresé a mi montículo. Toqué la pared, era muy blanda y tenía un olor familiar. Fijé mis ojos en el techo, había un orificio redondo por donde entraba un hilo de luz. Tomé un poco de agua, la bebí. La masa blanca, el agujero en la parte de arriba, ese sabor tan peculiar. En efecto, estaba dentro de un coco.

Pensé que estaba dormida.- Si, es solo un sueño, pronto llega Lucas y me despierta con las cosquillas de cada mañana.- Pero el dolor era demasiado fuerte. Me senté con muchas ganas de llorar y mucho frío también. Entre el dolor y la confusión me abracé a la pared e inexplicabelmente empecé a cantar. Era una mezcla extraña entre tarareo y sollozo que poco a poco empezó a aliviar el dolor.

Mis sollozos terminaron en verdaderos gritos. Ya no estaba asustada, no estaba sola. Mi garganta y mi voz estaban conmigo y mis oidos aún podían escuchar esa tonta canción que las chicas y yo cantabamos en las noces de fiesta. Eché a reir, como si en realidad fuera tan gracioso y me detuve antes de seguir con el repertorio de mis temas favoritos de la temporada.

Llegó el silencio, otra vez las ganas de llorar. Sentí mi ropa empapada. El dolor ya no era mucho. Cerré mis ojos y pude escuchar a lo lejos una voz, se acercaba cada vez más, pero no podía entender lo que decía.
-¿Quién vive?
-¿Quién vive? ¿yo vivo? Yo vivo. ¿Hola?
Un hombre asomaba su rostro por el hueco. No lo veía muy bien por la contraposición de la luz, pero por su voz supe que era un anciano.
-¿Señor?
-¿Quién eres? ¿Qué haces ahi?
-No lo sé, no sé donde estoy. ¿Podría ayudarme?
-Podría. ¿Cómo llegaste ahi?
-En verdad no lo sé, señor.
-No lo sabes, pues bien, yo tampoco. No sé nada.

Parecía que el tipo hablaba solo, pero a la vez me hacía un interrogatorio casi policial.

-Disculpe, llevo aquí no sé que tanto tiempo esperando a que alguien me ayude. ¿No piensa hacer algo?
-Pienso, claro.
Era increible. Estaba dentro de un coco quién sabe donde y la unica persona con la que podía hablar era un loco, o un bagabundo talvéz.

-¿Quién es usted, señor?
-Respondo a tu pregunta. Yo soy Sócrates, ateniense.
Si, porsupuesto que estaba loco.
-Señor Sócrates ¿Va usted a hacer algo para sacarme de aquí?
-Claro.
De pronto, no lo vi más y escuché un sonido sordo, como si se hubiese sentado de golpe.
-¿Sócrates, está ahi?
-En efecto.
-¿Qué hace ahi sentado?
-Pienso.

Piensa, claro. ¿Porqué a mí? Pudo haber sido Aristóteles, Anaximandro,Tales de Mileto; pudo haber sido Pitágoras y en ese momento habría hecho calculos matemáticos para sacarme de ahi, pero no. Ese tipo tenía que creerse Socrates, el "pensador"

Me dormí y no supe más ni del coco ni de Sócrates, hasta que me despertó un chapoteo. Sócrates se había lanzado hacia adentro y venía hacia mí.

-Voltearemos la esfera.-me dijo
-¿El coco?
-¿Qué es coco?
-Nada.-respondí
Fijó sus manos en la pared y me llamó a su lado, empezó a empujar a medida que avanzaba.
-¿Quiere darle la vuelta?
-Porsupuesto
-¿A caso perdió la razón?
-¿Razón? Si pierdes larazón te pierdes a ti misma, vive conforme a ella y encontrarás tu propio conocimiento.
Abrumada por la clase improvisada de filosofía so pude hacer más que empujar. El coco empezaba a moverse y en pocos minutos lo hicimos rodar por completo.

Fue asi como Sócrates me ayudó a salir del coco gigante. Algunas de las pocas personas a quienes les he contado esto me dicen que he perdido la razón, pero yo les contesto: Si pierdes la razón, te pierdes a ti mismo y yo no estoy perdida, no más.

martes, 29 de junio de 2010

La red

Carlos cerró sesión mientras sonreía plácidamente, como tonto enamorado o persona con severos problemas mentales. Guardó su Laptop y se durmió casi al instante. Al otro lado de la ciudad, Natalia se preparaba para dormir después de platicar dos horas seguidas con su amigo por internet. Su enorme nariz, empapada por la crema humectante, sobresalía de su rostro redondo como melón. Y sus ojos verdes brillaban en la oscuridad como los de un sabueso entrenado para trabajos nocturnos.

Él sabía que conocerla en persona iba a ser muy difícil por la distancia, sin embargo, decía estar realmente enamorado esta vez. Ella observaba las fotografías de Carlos. Le gustaban en particular las pecas que tenía en la nariz, tan claras como su cabello castaño y su sonrisa degenerada, tan despreocupada como él.

Era como si hubieran nacido juntos y, sin embargo, jamás se hubieran conocido en verdad. Era amor o tal vez solo un juego. Lo único que sabían era que se tenían el uno al otro y que el mundo pasaba a ser virtual cada vez que estaban juntos.

Su amistad ficticia desapareció de repente. No volvió a transcurrir ni un solo minuto de las horas de pláticas sin sentido. Ella conoció a alguien, él demasiado tímido como para hablar con las chicas de su facultad, salía cada noche con sus amigos en busca de algo, o tal vez alguien.

Esa noche Carlos y sus amigos estaban de fiesta. Era el final de semestre y eso era digno de celebración. Llegaron a un bar lleno de luces, imágenes borrosas y humo por todas partes. El golpe de la música agitaba sus corazones desplazándolos fuera de ahí. Todos parecían volar.

Natalia dedicaba sus tres horas diarias al chat, necesitaba hablar con su novio. Carlos bailaba sin recordar nada. De pronto, una vibración en sus pantalones lo sacó de su trance. Natalia le había enviado un mensaje por el chat, al que estaba conectado desde su celular: “Te vi llegar, Carlos. ¿Por qué no me saludaste? ¿Eh? :( Te espero en la terraza. Al fin nos veremos”.

Carlos no pensaba, por el momento se limitaba a existir. A rastras, subió las escaleras del lugar repleto de gente, mientras se sostenía de lo que fuera. Cuando llegó a la azotea, sintió una brisa recorrer su cuello. Dio unos cuantos pasos más. Su celular vibró otra vez y leyó –con un poco de dificultad, esta vez- el mensaje de Natalia: “Estoy aquí. ¿No me ves? Acércate”. Él no veía más que imágenes difusas, plantas que se movían con la música y el cielo en su esplendor.

Después de unos minutos, pudo ver un par de luces verdes al otro lado de la pequeña palmera, a solo unos pasos de él. Y unos mechones negros y largos que esperaban impacientes. Carlos sonrió como retrasado por última vez, dio tres pasos más, y cayó estrepitosamente tres pisos abajo, enredado con las luces de los árboles y cables eléctricos. La fiesta se interrumpió y todo el mundo salió despavorido ante el ruido proveniente de afuera. Carlos yacía en el pavimento junto a su teléfono celular que destruido recibía un mensaje más que decía: “Lo siento, Carlos. Me equivoqué de contacto. Espero poder hablar contigo uno de estos días. Tengo tanto que contarte ;) tqm (L)”.

domingo, 27 de junio de 2010

Recordar

Me puse los audífonos y traté de no pensar más. La lluvia mojaba mi vestido. El día estaba triste. Esta mañana me había levantado con la firme convicción de que no te cruzarías por mi cabeza. Y es que es obsesión mía no recordarte, aunque al hacerlo, más lo hago. Más te recuerdo.

Pasé por el café de la esquina, me detuvo ese dulce olor del expresso que tanto te gusta. Pedí un capuccino sabiendo cuanto te desagrada la idea de un café dulce y caliente a la vez, y como arrugas la nariz cuando me ves tomando uno. Sonreí, metí mi mano en mi bolsillo; mientras sostenía mi café espumeante y estallaba en mi cabeza el sonido del trance, ya sabes, esa canción que sé que te gusta. La lluvia había parado, pero el cielo estaba igual de gris.

Recordé todos los mensajes que me habías enviado desde hace más de tres días. No iba a responderte, no quería hacerlo. Estos días fueron felices para mí, no estabas y yo estaba bien. Miré al cielo buscando algún indicio de lluvia pero el sol empezaba a salir. Recordé cómo te conocí, caminaba por la plaza, cuando de pronto, oí que alguien venía corriendo hacia mí. Me di la vuelta y ahí estabas, empapado y molesto, con los ojos mas negros que los míos y mas tenso que yo cunado estoy sobria. Ya me sabía hasta de memoria el discurso de siempre. Que si yo era una inconsciente, que si no pensaba, que si estaba loca. La verdad no sé, pero me pareció que el tiempo corría más rápido y que lo estaba perdiendo viéndote ahí diciendo la cátedra moralista de siempre. El momento incómodo del día, pensé que no podía ser peor hasta que te pusiste a llorar frenético y me abrazaste en plena vía.

Cuando levanté la vista ya no llorabas y había un grupo de curiosos viéndonos con extrañeza. Te tomé de la mano y te llevé lejos de ahí, lejos del ridículo. Te expliqué como todos los días desde hacía tres semanas que no te conocía, que no sabía quien eras antes de esas tres semanas de explicaciones sin resultados, y que te confundías de persona. Y como siempre, me dijiste que la confundida era yo; que me habías buscado desde hace cinco meses y que desde entonces no me veías. Según tú, mi familia estaba preocupada y ansiosa; y mi mamá se había enfermado desde que desaparecí. La verdad no sonaba tan mal, después de todo, yo no tenía familia.

Por un momento quise irme contigo, conocer a la mamá de la desaparecida y tomarla como mía, tomar a su familia, tomar toda su vida, tomarte a ti. Después de tanto tratamiento y terapia, volví en mí. Supe que todo era verdad. Nadie se explicaba porqué me había ido en esa ocasión -y las siguientes-, ni siquiera yo, aún no lo entiendo.

Aún te recuerdo. Recuerdo a mamá, sé que tengo familia y muchos amigos, pero no quiero regresar. Me voy recordando y no pienso volver.

Y de nuevo siento la lluvia caer, siento los pasos largos a mis espaldas, me doy la vuelta esperando verte molesto y húmedo, con tus ojos negros, tan tenso como siempre. La calle está vacía, no hay señales de lluvia, ni de gente, ni de nada. El sol se expande en el espacio. Oigo el sonido de los aviones y recuerdo. Te recuerdo, sonrío y me voy sabiendo que aunque te recuerde, tú ya no estás.